Siempre será bueno tener amigos que traspasen las fronteras tangibles con los que se pueda pasear a través del camino impredescible del pensamiento.

jueves, noviembre 08, 2007

Historias de Don Eraclio Zepeda en el Festival de la Palabra

Varios fueron los momentos gratos durante el Festival de la Palabra 2007, tiempo de reflexión y de aprendizaje. Sin embargo, quizá el momento más sabroso del menú literario fue durante la participación Don Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1937). Previo a su participación se sentó casualmente a mi lado, mientras Pedro de los Ángeles analizaba la obra de Manuel Ponce Zavala. La sala no tenía buena acústica y él preocupado me preguntó si yo podía escuchar algo, porque él no.

Llegó su turno al frente, prefirió abstenerse de usar el micrófono y el tema del festival, la muerte en la literatura, para él no pudo ser mejor. Nos comentó que no es creyente, y que los creyentes tienen la ventaja de estar seguros de otra vida. Después platicó sobre Don Valentín, un viejo que no sabía leer letras, pero fue un hombre muy sabio, porque podía leer el canto de los pájaros y el movimiento de las muchachas. Aquél viejo compraba El Heraldo porque era el único periódico con fotos a color, y durante el día se le veía hojeándolo. Si veía una foto de Reagan sonriendo decía que el mundo estaba jodido. Ese viejo sabio le contó varias historias.

Un día soñó un viaje, en una cueva encontró a Dios y al Diablo jugando cartas, eran buenos amigos. Dejaban sus aditamentos sobre la mesa e intercambiaban sus roles momentáneamente. Y así seguían jugando, sabiendo que ambos eran necesarios para el equilibrio.

En el pueblo había señoras que se dedicaban a guardar en pequeños frascos el último suspiro de las personas antes de morir. Cuando se acercaba el final le amarraban al moribundo un paliacate en la cabeza, de arriba hacia abajo, para detener su boca y así evitar que se abriera y escapara así su último suspiro. Algunas de estas señoras vendían los frascos a los familiares, otras los almacenaban en una vitrina. Ese era el caso de una señora, a la que un día se le vinieron abajo todos los frascos, escuchándose todos los suspiros que escapaban de su celda.

Otro día se enteró que un hombre llevaba muchos días desaparecido en el cerro. La esposa de este le pidió que lo buscara, estaban seguros que estaría muerto. Don Valentín encontró los huesos al lado de un árbol, desarmó el esqueleto para guardar los huesos en un costal, y mientras lo hacía los iba reconociendo. En la columna identificó, alternados en su larga forma, un hueso pequeño que se le asemejaba a un murciélago, después uno igual de mayor tamaño, observó que se repetían: murcielaguito, murcielagón, muercielaguito, murcielagón... Él platicaba que las personas cuya columna terminan en murcielaguito son las que sólo saben decir “si”, que son buenos para obedecer, como los criados.

En un festejo poco común como son las Bodas de Diamante, después de la comida y de un poco de baile escuchó al marido decir “con esta mujer no se puede vivir”. Reconoció que esa era la mayor declaración de amor que jamás había escuchado ya que, a pesar de eso, seguían juntos después de 75 años de matrimonio.